ya ni era vida, ni vacío
tampoco oscuro, y mucho menos gris.
Para salir de un lío,
a veces sólo queda la opción de enredarte,
como los auriculares que ella llevaba.
Ésos que tras no conseguir hacer desaparecer los nudos
terminaban en cualquier papelera del centro de la ciudad,
junto con el resto de mis ruinas.
Me gritaban, me gritaban que tenía que salir de allí
a toda costa
-y ojalá con mi mar puesto en los ojos
de una vez por todas, en noche de tormenta-.
Lo justo era de todo menos su nombre,
las circunstancias semáforos en rojo
y mi corazón una bici sin frenos, en la cuesta de las casualidades.
El futuro estaba esperando ya mi relevo,
los días se presentaban iguales
y la resistencia se mantenía a duras y penas.
Al fin y al cabo no era tan difícil,
la estrategia a seguir era algo así como;
levantar la escena de un crimen en la mano, y mirar hacia otro puto lado esperando la hostia
que conduciría al salto.

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