Le escribía todas las noches sin saber siquiera quien era.
Todo cobró sentido cuando ví su reflejo entrar tímidamente por mi ventana.
Levanté el estor y joder, allí estaba, radiante como ninguna.
Nunca había visto una mujer de tal belleza.
Me cautivo simplemente con una mirada, nisiquiera pestañeaba.
Parecía tan inerte y tan llena de vida a la vez, que me quedé inmersa en un mundo de ficción y fantasía, del que creo que nunca logré salir.
Todas las noches la esperaba con impaciencia, nuestros encuentros eran tan ilógicos y especiales al mismo tiempo que todo lo demás sobraba.
Solo éramos ella y yo, no hacía falta nada más.
Algunos días discutiamos y ella se desvanecía, en esos momentos yo me sentía tan vacía que solo esperaba con impaciencia que pasasen las horas para poder pedirle perdón y acariciar su rostro, aunque sabía que esto era imposible, pues ella era inalcanzable.
Entonces todo volvía a recobrar sentido y dirección.
Odiaba los días en los que no la dejaban venir, todo el cielo lloraba su ausencia.
Otros días en cambio venía más fuerte y decidida que nunca, se la veía mayor pese a su juventud prolongada en el tiempo.
Yo me enamoré, pese a sabiendas de que ella siempre volvía presa de su encantamiento.
No me importaba, yo estava dispuesta a esperarla siempre, cada noche de mi triste y patética existencia.
Y así fue.
Esta historia no tiene un final definido, pues siempre que podemos nos volvemos a encontrar, donde siempre, donde nunca...
Que precioso sueño tuve durante una sola madrugada, derrepente desperté y me di cuenta de que ella, la mujer más idílica de este mundo era la Luna brillando en el cielo y dandome con su luz sin querer en la cara.
Entonces una lágrima recorrió mi mejilla hasta llegar a mis labios, los cuales sonreían como si no hubiese mañana.
Fin.
Dedicado con especial cariño a mi monicaca Luna Merino.
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