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lunes, 2 de diciembre de 2013

La mujer idílica.

Le escribía todas las noches sin saber siquiera quien era.
Todo cobró sentido cuando ví su reflejo entrar tímidamente por mi ventana.
Levanté el estor y joder, allí estaba, radiante como ninguna.
Nunca había visto una mujer de tal belleza.
Me cautivo simplemente con una mirada, nisiquiera pestañeaba.
Parecía tan inerte y tan llena de vida a la vez, que me quedé inmersa en un mundo de ficción y fantasía, del que creo que nunca logré salir.
Todas las noches la esperaba con impaciencia, nuestros encuentros eran tan ilógicos y especiales al mismo tiempo que todo lo demás sobraba.
Solo éramos ella y yo, no hacía falta nada más.
Algunos días discutiamos y ella se desvanecía, en esos momentos yo me sentía tan vacía que solo esperaba con impaciencia que pasasen las horas para poder pedirle perdón y acariciar su rostro, aunque sabía que esto era imposible, pues ella era inalcanzable.
Entonces todo volvía a recobrar sentido y dirección.
Odiaba los días en los que no la dejaban venir, todo el cielo lloraba su ausencia.
Otros días en cambio venía más fuerte y decidida que nunca, se la veía mayor pese a su juventud prolongada en el tiempo.
Yo me enamoré, pese a sabiendas de que ella siempre volvía presa de su encantamiento.
No me importaba, yo estava dispuesta a esperarla siempre, cada noche de mi triste y patética existencia.
Y así fue.
Esta historia no tiene un final definido, pues siempre que podemos nos volvemos a encontrar, donde siempre, donde nunca...
Que precioso sueño tuve durante una sola madrugada, derrepente desperté y me di cuenta de que ella, la mujer más idílica de este mundo era la Luna brillando en el cielo y dandome con su luz sin querer en la cara.
Entonces una lágrima recorrió mi mejilla hasta llegar a mis labios, los cuales sonreían como si no hubiese mañana.
Fin.

Dedicado con especial cariño a mi monicaca Luna Merino.

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