la primera, que de mirarla me deshice.
O aquella otra en el metro
cuando un desconocido se convirtió en amante por pocos segundos,
jurando delirios y polvos a partes iguales.
En el piso al que nunca le invitaría
tras la noche que no llegamos a conocernos.
Si hago memoria también está mi mirada
reflejada en la suya,
viendo caer (des)ilusiones en forma de cascadas silenciosas,
y qué bonito sería eso de desescribirte para los restos
de aquella hoguera en mayo,
en la que mi mano dolía
y más allá de mi vientre bajo lloraba ganas contra un árbol.
Dicen que en el momento previo a la muerte
ves una serie de imágenes que yo llevo tatuadas en la nuca
por si el disparo no se atreve a atravesar.
Que para perder 123 vidas me he tenido que creer muy felina,
saltar de tejados contra el suelo
por no dar la satisfacción de ser empujada ni una sola vez más.
Puede que haya sido piedra
otras veces caída,
tanto piedra caída, como caída contra la piedra
y asfalto
o bosque a facciones de cristales
cada vez que le daba la espalda al espejo.
Puñalada
y no trapera, sino sanadora:
jugamos demasiado a corte limpio y a desubicarnos,
siempre que no estuviese permitido.
En cada 'PROHIBIDO FUMAR' que te veía liarte un cigarro
y rozarme las bragas,
en cada gesto sucio que ha tenido su minuto de silencio
por no limpiarse con otro gesto sucio
de algún lugar público.
No creo en nada más que lo que miro;
adivinad, quién muere por ir a la costa
y girarse hacia la playa
de una vez por todas.
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